TRADUCTOR

martes, 24 de marzo de 2015

UNIDA Y PODEROSA



A 24 años del asesinato de la URSS


Hace 24 años tuvo lugar un acontecimiento único en su género, el referéndum sobre la preservación de la URSS. Prácticamente al pueblo soviético, se le propuso decidir el destino de su patria, seguir existiendo o dejar de hacerlo. A pesar de la descarada propaganda contraria al mantenimiento de la Unión y la negativa en la práctica de una serie de repúblicas a tomar parte en la votación, o en cualquier caso en su organización, la mayoría absoluta de los ciudadanos (no solo de entre aquellos que tomaron parte, sino en general) se pronunció por el mantenimiento de la unidad del país.

Entre aquellos, que festejaron la victoria entonces, es decir aquellos a los que denominaban “mayoría agresivo-sumisa”, que luego pasarían a llamar “roji-pardos” y que hoy denominan “vátniki”, se encuentra el autor de estas líneas. Pero nuestra alegría, por decirlo de un modo suave, fue bastante efímera: la voluntad del pueblo soviético, expresada en el referéndum, fue burda y cínicamente ignorada por los dirigentes de tres repúblicas de la Unión, Ucrania, Bielorrusia y Rusia, por los señores Kravchuk (aunque si bien es cierto, le dio tiempo a celebrar un referéndum sobre la independencia de la república) Shushkévich y Yeltsin. En este artículo intentaremos llegar a comprender el cómo y el por qué tuvo lugar tan flagrante conculcación de la decisión de la mayoría de los ciudadanos de la URSS.
 
Así pues, ¿cuáles fueron los motivos de la muerte de la “unida y poderosa” Unión Soviética?

Primera causa: la traición de las élites con respecto a su propio país.

En este caso por élite entenderemos no solo a ese estrato superior de la burocracia partidista y estatal, en cuyas filas resultó haber no pocos estadistas que posteriormente de un modo abierto, sin la menor sombra de vergüenza, reconocieron que en realidad odiaban todo lo soviético y socialista, que supuestamente ensalzaban en sus trabajos y ponencias. El círculo elitista era bastante más amplio. Allí habría que incluir a los cargos con responsabilidad en las administraciones públicas de mayor prestigio, a los “emprendedores” clandestinos, convertidos en la etapa de Gorbachov en cooperativistas legalizados, y una parte importante de representantes del mundo de la cultura. Muchos representantes de estas capas, despreciaban abiertamente a los que entonces ya denominaban “sovki”. Su principal objetivo residía en destruir un sistema, en el que podían en un abrir y cerrar de ojos verse privados de su situación de privilegio, en el que no podrían marchar a occidente y transferir allí todo lo acumulado con sus verdades, y principalmente con sus mentiras. Pero lo más importante es que los representantes de ese estrato, especialmente de esa “dorada” juventud soviética, no tenían nada en contra de poder apropiarse de los más preciados pedazos de la propiedad estatal.

Así pues, la tarea de todos estos “Smerdiakov” de orientación antisoviética era una: hacer todo lo posible para que la Unión Soviética dejase de ser grande y poderosa. Pero el ataque de caballería del 17 de marzo de 1991 fracasó. Inclusive en Moscú, a la que lo entones precursores de los de las “cintas blancas”, e incluidos ellos mismos, solo que 20 años y pico más jóvenes, habían inundado con octavillas en las que presentaban a la URSS como una supuesta “cárcel de pueblos”, ganó por mayoría, aunque más exigua de la que reflejó el país en su conjunto, la opción de preservar la Unión.

Pero hubo algo que los representantes de la “quinta columna” sí consiguieron. Paralelamente en el territorio de la RSFSR se llevó a cabo el referéndum sobre la introducción de la figura del presidente ruso. Teniendo en cuenta la aportación y dimensiones de Rusia en la economía nacional, esa decisión suponía poner una mina de acción no demasiado retardada, en la unidad del país; Más aún cuando los diputados rusos ya se las habían ingeniado para aprobar una declaración sobre la independencia de Rusia, en cierto modo de sí misma, en las fronteras prerrevolucionarias. Ahora ese absurdo podía conducir, y de hecho lo hizo, a una guerra de leyes, decretos y disposiciones, que sembraron el caos en el estado.

Segunda causa: el nacionalismo contumaz, inoculado artificialmente en muchas repúblicas de la Unión

Cuando Hitler definió con arrogancia a la Unión Soviética, como un “gigante con pies de barro”, probablemente se refería al hecho de que nuestro país era una unión de una gran cantidad de pueblos hermanos. Bastaba con enemistarlos, obligar a los hermanos, si no a odiarse unos a otros, sí cuando menos a relacionarse entre sí con recelo, para que el destino del país estuviese predeterminado. Por suerte, Hitler no tuvo tiempo suficiente, para contagiar a la sociedad soviética con el veneno del nacionalismo, mientras que los estrategas norteamericanos, tuvieron todo el tiempo del mundo, en el periodo de la guerra fría y por desgracia, lo supieron aprovechar al máximo.

La emisión de programas radiales “enemigos” tenía una distribución claramente orientada al componente nacional. Era una forma más cómoda de atacar ideológicamente, al unísono, a l lado fuerte y al talón de Aquiles de la URSS, su componente plurinacional. Por desgracia todas esas artimañas no tuvieron la reacción debida: Simplemente resultaba difícil de creer que a algunos de esos pueblos soviéticos, que hacía nada, en la escala histórica, habían resistido el embate del nazismo y habían alcanzado con su esfuerzo conjunto la mayor victoria en la historia de la humanidad, pudiese alguien o algo lograr enemistarlos. Pero por desgracia, en un momento de debilidad del socialismo tras la ascensión al trono de la secretaría general de M.S. Gorbachov, esas apenas perceptibles grietas, pasaron a convertirse en abismos difíciles de atravesar. El primer toque de atención y el primer intento de sondear la unidad del pueblo soviético fueron las revueltas de estudiantes en Kazajistán en 1986, después de que para el cargo de primer secretario del CC del partido de esta república, en lugar de al kazajo, D.A. Kunaev, se eligiese al ruso G.V. Kolbin.

Posteriormente los desórdenes por cuestiones nacionales se sucedieron en los más distintos rincones del país: en Asia central, en las repúblicas bálticas, en Moldavia; pero con mayor frecuencia en el Cáucaso. Aquí establecieron una linde entre los pueblos armenio y azerbaiyano, georgiano y abjasio, así como entre los pueblos de Osetia del sur. Y el que había sido un Cáucaso bendecido, al que el camarada Saajov de la comedia de Gaidaev “Prisionera del Cáucaso”, había bautizado como “granero, fragua y balneario de toda la Unión”, comenzó a arder con varios focos de guerras civiles. Los intentos del Ejército Soviético de restablecer el orden se toparon con la furiosa resistencia de los demócratas de la primera oleada, así como con la inhibición de Gorbachov, que prácticamente una vez tras otra, se negó a asumir la responsabilidad por los acontecimientos que se estaban produciendo. Como resultado el país se precipitó por aquel talud.

Tercera causa: las dificultades económicas de la URSS en los tiempos de la “perestroika” de Gorbachov

Ese estereotipo que todos tenemos donde se ven largas filas y estantes vacíos en las tiendas soviéticas, en la mayoría de los casos se relaciona con el periodo de “aceleración e intensificación” de finales de los 80. Entonces el socialismo tanto se “aceleró e intensificó” por los discípulos de Gorbachov, que pronto se convirtió en presa fácil de los antisoviéticos. Y la apertura y transparencia resultaron tan abierta y transparente, que además del alma de la Unión, el sistema socialista, se llevaron por delante a la propia URSS. Ciertamente no se puede negar que las estanterías vacías y las colas kilométricas jugaron su papel negativo en los procesos destructivos. Pero debemos señalar que ese papel estaba lejos de ser lo principal en la tragedia de la destrucción de un gran país.
Si hubiera sido de otro modo no se habría producido el referéndum sobre la preservación de la URSS. O mejor dicho, sí se habría celebrado, pero sus resultados probablemente hubieran sido muy distintos. El caso es, que la mayoría absoluta de las gentes soviéticas a pesar de los problemas económicos, de la falta de muchos productos, llegó a los centros de votación y respaldó la Unión, renovada, pero Unión.

Además, los indicadores económicos al año anterior, del 90, según nuestra escala de valores, fueron relativamente aceptables. La mayoría de repúblicas de la Unión, incluida Rusia, tardó décadas de reformas liberales en alcanzar unos niveles más que discretos en la historia de la URSS en muchos tipos de producción. No pudieron entre otras cosas, por la ruptura de los lazos económicos, la pérdida de proveedores y de mercados como resultado precisamente de la destrucción por parte de los enemigos del socialismo, del primer estado socialista.

Causa cuarta: la contribución directa e indirecta por parte de Occidente a los procesos destructivos

El modo más sencillo de sacar a la luz el pensamiento liberal de una persona, es proponerle que responda a la pregunta de si la URSS se desmoronó por sí sola, o la ayudaron, por así decir, a conciencia. Cualquier liberal que se precie dirá que por supuesto por sí sola, acompañándolo por ese montón de estereotipos antisoviéticos, que nos tienen ya hasta el gollete, sobre las colas y los estantes vacíos, sobre las represiones estalinistas, el déficit de trapitos de vestir occidentales, y la prohibición de viajar a países capitalistas. Por supuesto es difícil entender hasta qué punto pudo influir la falta de pantalones vaqueros o de perfumes franceses, sobre el destino de un país entero, pero esa es precisamente la argumentación.

En realidad entonces se recurrió a un escenario muy parecido al que, esos mismos círculos en occidente intentan aplicar ahora en relación a una Rusia plenamente capitalista: el estrangulamiento económico a costa de la rebaja artificial de los precios de los hidrocarburos, una vuelta más de tuerca en la espiral de la carrera armamentística y propaganda masiva. Por desgracia esa estrategia entonces encontró recompensa.
 
A medida que se iba implantando la denominada glasnost (transparencia), lo que en la práctica no era otra cosa que el auto linchamiento del país, la URSS se fue volviendo más vulnerable frente a la sutil propaganda occidental. Para comienzos de los 90, lo era ya frente a la propia propaganda liberal, a la que dieron “luz verde” los distintos aparejadores y arquitectos de la perestroika. Para desgracia de nuestra patria y regocijo del Tío Sam.

En las condiciones de guerra ideológica, que libraba occidente contra la URSS, eso supuso de algún modo la apertura de las puertas ideológicas, por las que se abalanzaron inmediatamente todos los “lasquenetes” de la propaganda enemiga. Y toda esa “tormenta cerebral” iba acompañada de un asedio económico sin precedentes. Esa confabulación de los imperialistas occidentales y los jeques de las petromonarquías de Oriente Próximo permitió reducir los precios de los hidrocarburos que exportaba Rusia y que tanta importancia cobran para el país.

Quinta causa: la debilidad de Gorbachov como figura política y líder del país

Lo cierto es que Mijaíl Serguéyevich no es un caso aislado en la historia de nuestro país, tuvo un predecesor, también en el s.XX, aproximadamente con las mismas consecuencias catastróficas para el estado. Me refiero a Nicolás II. Ni uno ni otro contaban con esa voluntad de hierro capaz de revertir una situación tan complicada. I.V. Stalin sí la tenía. No tembló incluso cuando las motos enemigas se adentraban en las afueras de Moscú en 1941, ni cuando las huestes de Hitler llegaron a orillas del Volga en 1942. Mientras que estos personajes históricos no contaron ni con una centésima parte de ese carácter de acero en los momentos decisivos.

Como resultado, M.S. Gorbachov, el 25 de diciembre de 1991, al igual que Nicolás II en febrero de 1917, renunció en la práctica al trono presidencial, renunció a su mandato y permitió que se arriase la bandera roja sobre el Kremlin, esa misma bandera, que el 30 de abril de 1945, los sargentos Yegorov y Kantaria habían izado sobre la cúpula del Reichstag derrotado. Pero aquello no fue más que el acorde final de la tragedia del país y del drama personal de su desdichado dirigente. Tres meses antes de aquello Gorbachov había dejado marchar a las tres repúblicas bálticas, creando así un precedente para las maniobras de los golpistas de Belovezh. Lituania, Letonia y Estonia recibieron su independencia de modo inesperado, de manos de un Consejo de Estado que no estaba previsto por la Constitución de la URSS. Sobre qué base jurídica se creó ese órgano, en qué leyes se amparaba, al aceptar la decisión de las repúblicas bálticas de abandonar la URSS, y por qué esa decisión la firmó el presidente de la URSS, que entonces al igual que ahora, se presentaba como defensor de la Unión, son preguntas que quedan sin aclarar en la historia.

Tampoco queda claro el papel de Mijaíl Gorbachov en el caso del “GKChP”. ¿Conocía las intenciones de su más cercano entorno o no? El comportamiento de Gorbachov en la historia de Belovezh también resulta extraño. En aquel momento, tenía fundamentos para haber arrestado a los conspiradores, pero no lo hizo, supuestamente porque esperaba las decisiones de los parlamentos de las repúblicas de la Unión. ¿Pero qué decisiones cabía esperar de ellos, teniendo en cuenta que los órganos rusos, controlados por uno de los firmantes de la conjura de Belovezh, como era Yeltsin, ya se arrogaban para sí las funciones de los órganos de la Unión?
 
Quedan muchos aspectos por aclarar en su conducta y proceder, y a menudo en su inhibición. Solo hay una cosa clara: el primer y último presidente de la URSS dimitió sin designar sucesor. Al poco de su marcha se marchó con su esposa Raisa, a descansar, por lo visto, con la conciencia tranquila.

El eco de la división de las aguas

Fuesen cuales fuesen los motivos, objetivos y subjetivos, para la destrucción de la URSS, ninguno de ellos reduce la culpabilidad de aquellos que la destruyeron en el bosque de Belovezh. Es un crimen de los que no prescriben. Se valoren como se valoren los vergonzosos acuerdos del 8 de diciembre de 1991, aquella fue una rendición vergonzosa e injustificable del país.

El eco de aquella catástrofe sigue retumbando en nuestros días. En Novorrusia combaten por un lado los antifascistas, aquellos que dijeron o hubieran dicho sí a la Unión Soviética aquel 17 de marzo de 1991, y por otra los antisoviéticos de todo pelaje, que entonces se pronunciaban y ahora lo hacen con mucha más fuerza, en contra de un país unido y hermanado. La línea divisoria entre ellos arranca en el desconocimiento de aquella victoria de los primeros sobre los segundos, en aquel histórico referéndum sobre la preservación del país soviético.


Fuente                                 Alexánder Yevdokímov
                                          (Traducido del ruso por Íñigo Aguirre)

No hay comentarios:

Publicar un comentario